La Paz, la paloma hambrienta y las llaves del banquero
Hoy vuela una paloma enferma, pasea su mirada por el mundo que se deshilacha en angustias; pedazos de su carne quedan en las esquirlas ‘humanitarias’ de los cínicos; dulzura de sus plumas sepulta corazones de recién nacidos estallados de hambre. Pasea su mirada y constata mundo.
El hambre es guerra: Los huesos de los niños de las grandes capitales amanecen pegados al cemento; algunos entretejidos en racimos humanos para calentarse del viento de la indiferencia, otros apuñalados: con la retina muerta y el cuerpo saqueado. Frías las madrugadas y frías las miradas de la sociedad cuya empatía es asesinada por manipulaciones y terror; siniestramente cálido el abrazo del pegamento. Duelen las articulaciones del alma.
La explotación es guerra: se pierden manitas infantiles en el socavón. Siniestras esmeraldas devoran retoños de vida, nauseabundas canteras depredan sonrisas, prostíbulos despellejan ternuras, mientras el banquero alcanza fortunas inusitadas. Asimetría expele gargajos entre bambalinas, antes de posar en el cinismo.
Sobre la piedra del lavadero una niña reducida se debate entre toneladas de ropa sucia, desgajando sueños infantiles: quedan encarnadas sus uñas y su porvenir en la casa de la Doña. Barre el piso, sube el desayuno, limpia la casa, extiende la ropa, prepara el almuerzo, baña al perro, arregla la cocina, pule los muebles, prepara café, escapa del señorito, plancha la ropa, recoge a los niños en la parada del autobús, prepara la comida, ordena juguetes, termina de doblar la ropa, se cae del cansancio, sirve la comida, recoge la ropa sucia, ordena la sala, lava los platos, se cae del cansancio, escapa del señorito, lleva una bandeja, corre por la casa, sube y baja escaleras… ya son las 24h00 y sus 13 años no dan más, en unas 5 horas estará nuevamente preparando el desayuno.
La paloma de la paz ya no quiere cargar una rama de olivo de fibra sintética; necesita cargar un pan, un lápiz, un libro, una guitarra.
Por elevar sus reivindicaciones, a la paloma de la paz la sindican de rebelde, la encarcelan y la tachan de ‘terrorista’.
I. La paz desposeída y desaparecida
La paz desposeída [1] , explotada y desnutrida alzó su voz reclamando tierra, comida y justicia: no la volvieron a ver. Dicen que detrás del batallón en que la encarcelaron hay una fosa común. Común porque las voces de dignidad son allí sepultadas en masa [2]. Así cumplen los militares: a rajatabla obedecen a los instructores de la voz de caucho y la mirada de acero. En la plaza pública hoy alza la bandera un cabo condecorado con lamentos humanos, bajo un sol avergonzado.
II. La paz violada, desplazada
La paz violada alzó su voz en la hacienda del latifundista; luego los hombres del capitán la visitaron de nuevo, esta vez quebraron la infancia de su hermana menor y ardieron los gritos de su padre en la hoguera de la impotencia. La vida decidió escaparse del cuerpo más infantil. Con 12 años y preñada de abuso, cogió su camino la paz humillada, junto a ella su madre rota, y una abuela naufragada. La luna alumbra la montaña: miles de ojos ven desde la espesura a otra familia campesina arrastrar sus pasos, caminar huellas de terror y súplicas hacia la ciudad.
La paz desplazada se asentó entre cloacas, exiliada de campo y cantares de río, salió a buscar el sustento entre reciclajes de plásticos y allanamientos de su cuerpo.
Mientras tanto se ensancha la propiedad de la multinacional; electrifican algunos predios recién ‘adquiridos’: la llave del sistema de rejas y descargas la gestionarán los mercenarios con voz de caucho. Don Mario, el Patrón paramilitar de la región, es recompensado con varias hectáreas y la impunidad para su caprichos: le gusta ‘desflorar’ -como dice-, a niñas cada vez más jóvenes [3].
III. La paz explotada y los sicarios de los saqueadores
La paz explotada reclamó contra la multinacional que se lleva el oro negro y deja la muerte empotrada en los flancos de la tierra y en el magro jornal del trabajador. En estas semanas acostumbraba a seguirla un policía agitando una sonrisa cínica. Hoy al llegar a su casa, acompañada de su esposo, los acribillaron de siete tiros en el umbral de la puerta: cinco hijos menores gritaron hasta hacer temblar la tierra [4].
Los sicarios desaparecieron en la noche, sacudiéndose esos gritos infantiles del hombro, como quién se sacude la caspa, y rápidamente dieron el parte de guerra: asesinados por la espalda dos civiles que habían cometido el crimen de no callarse ante lo injusto. Los saqueadores recibieron la noticia con satisfacción. La fuerza pública inició la “investigación” del crimen celebrando con los sicarios en un garito, entre cervezas y chistes.
Vibra la sangre en el cemento, como laguna que suspira las despedidas más terribles: aquellas que dejan el terror grabado en el futuro. Arden las venas de los vivos.
Vibra la sangre en los valles, en las parcelas humildes del campesino torturado [5]. Regimientos del ejército cuentan sus hazañas en la larga vergüenza de su uniforme. Niños violados y enterrados en fosas esperan todavía justicia [6]. Pero ante los tribunales sonríen los militares: la impunidad para ellos es absoluta. La jueza incorruptible fue asesinada por no entender “cómo funciona esto” [7]. Los niños de Arauca son mancillados dos veces.
Llora la tierra de aspersiones venenosas, de Planes Colombia y de los gritos de sus hijos. Se esparcen lamentos entre las montañas.
Desgarran el cielo las aves de metal que cargan en su seno la muerte más fiera. Llevan apodos tales como ‘Fantasmas’, ‘Tucanos’, ‘Kfir’, ‘B52’, ‘Black hawk’,… y todas les letras del alfabeto conjugadas en la mayor infamia de la humanidad: el comercio de la muerte. Las lágrimas del pueblo son las llaves de la sonrisa más agria: la sonrisa del mercader de armas.
La paz ocupada reclamó contra las bases militares de los hombres de la voz de caucho, cuya mirada afilada se posa en niñas al amparo de la impunidad otorgada desde la presidencia [8]. La paz ocupada volvió a su casa al anochecer, tras una de esas jornadas largas de estudios y trabajo; desde la esquina vio arder su pasado en un allanamiento que presenció arropada por la oscuridad y el sigilo. Besó a su madre, posando sólo sus labios en la respiración de la callejuela, sin poder acercarse siquiera a esa mejilla cálida, a esa dulzura materna que ya no volvería a ver. Decidió sobrevivir y caminó por las hojas de helechos y orquídeas, adentrándose en un lugar en el que espera no le quitarán tan fácilmente la vida y los sueños.
VI. La paz en infancia perdida y el banquero
La paz infantil acompañó a su padre a la reunión de los mineros artesanales: la preocupación por la llegada de la multinacional es el principal asunto en la región. Los ‘Misters’ aducen que tienen títulos de propiedad; pero lo que más preocupa es que manejan la motosierra del paramilitar. El Negro Jairo, arrugado como un acordeón, se acuerda de tiempos remotos en que él ya amaba a esta tierra… otro desplazamiento, a su edad, no lo va a aceptar: resistirá para impedir la llegada de las retroexcavadoras. La paz infantil abre unos ojos como platos ante los relatos que alertan sobre las masacres ocurridas en comunidades aledañas: los lingotes previstos para la banca de Londres ya están cotizados, y al parecer ese oro ya lleva incrustado un exterminio premeditado.
De repente se agotan los segundos, se rompe el paisaje, y todo va muy rápido: cae sobre los humanos la orden codiciosa emitida desde el terciopelo de alguna oficina en el hemisferio norte. La paz infantil se esconde en un recoveco de tierra. El capitán del ejército y los paramilitares hacen sonar las motosierras [9]: gritos, aullidos y súplicas tiñen la vida de manera indeleble. Cortados los humanos como pronto será cortada la montaña; pulverizados sus sueños como pronto será ultrajada la cordillera, dinamitados sus paisajes, removida de la existencia.
Son siglos hasta que se van. La paz infantil deja pasar unas horas y sale de su escondite: pedazos humanos y gemidos ya leves sobresalen entre los buitres. No encuentra a su padre. Los humanos fueron desmembrados, sus cabezas casi todas lanzadas al río. La paz infantil siente que hoy muere su infancia.
El banquero al mismo instante ya manosea en bolsa los efectos de la adquisición: hoy irá a admirar el destello solar de los lingotes presos en su banco, en la noche criminal de sus negocios. Se apresta a tan emocionante visita –en solitario-; saca sus llaves multiformes y secretas, más secretas aún que la manera en que obtiene su riqueza. Los lingotes de oro aparecen como pequeños ataúdes dorados.
La paz se exilia tras el asesinato de sus compañeros, de sus familiares. Antes del exterminio de su partido, los descalzos de la tierra la habían elegido [10]. Hubo un instante de esperanza en el sistema de urnas; pero rápidamente las fieras del poder eliminaron la posibilidad de cambio. La paz exiliada siente lacerantes punzadas de hielo en los inviernos nórdicos y en los abismos del desarraigo. Nostalgias anudan su pecho, canciones y sabores pueblan su mirada perdida. La biometría de su alma presenta, ante los mostradores del control de identidad, la lágrima de los que sufren ver a su pueblo humillado en eternas masacres y saqueos. Pero no se resigna a este exilio, y sigue trabajando por su pueblo. La paz periodista construye dignidad a miles de kilómetros de distancia física, y a escasos milímetros en distancia empática de su terruño natal. Deviene un humano universal, con cariño fiel a sus primeros años.
VIII. La paz entregada a sus verdugos
Viaja despreocupada la paz exiliada y periodista a un país hermano, lleva una camisa roja, porque en el país hermano pregonan la justicia social; pero a su arribo sufre la traición desmedida. Es apresada la paz periodista, no hay ley ni convenio que sea respetado, no hay ética ni coherencia que frene lo atroz: es entregada a sus verdugos [11]. La paz periodista apenas alcanza a entender que sus hermanos la entregan a sus torturadores: mil preguntas cavan la fosa más honda de su alma. Este es un funeral muy triste.
IX. El Plan Cóndor sepultando hermanos
Tras huir para salvar su vida, tras vivir décadas en los helados parajes del exilio; hoy la paz periodista entierra la confianza. Bolívar se siente utilizado, incómodo en iconografías que son parapeto a convenios comerciales y militares con los Santanderes más carniceros. Los verdugos ríen como hienas sobre el cadáver de la confianza y alzan triunfantes su llave desmovilizadora: “el hombre es un lobo para el hombre”. Mientras trasladan a la paz periodista en esos vuelos sórdidos que llevan los trofeos de cacería humana al aparato de moler vidas, en la calle solidaria alzan su voz algunos ciudadanos de la dignidad humana; pero los medios mienten, y son muchos los que callan. Miles de justificadores de lo injustificable hilvanan mentiras con agujas de ceguera. Muchos de los que parecían hermanos, que dicen enarbolar la defensa de la vida, de la humanidad, de la solidaridad, hoy se esmeran en ahogar los gritos solidarios, en obviar los mínimos tratados humanitarios, en pisotear el derecho de asilo y en apedrear la ética con acusaciones inquisidoras: curiosa y terrible locura, incoherencia que arde. Las llaves de la esperanza parecen derretirse.
Luego es apresado un cantor enfermo, un artista que subió a las montañas tras sufrir persecución, y que hoy ya viejo busca asilo en el país hermano [12]. Hilos muy finos sostienen aún la esperanza. Pero lo encarcelan ilegalmente y le otorgan el privilegio al régimen persecutor de que viole los plazos legales una y otra vez… tiembla la pobre esperanza. Los poetas alzan sus voces de protesta recordando a Víctor Jara; pero las hordas de persecutores se quieren llevar al poeta a sus cárceles-tortura. El Plan Cóndor de los hombres de la voz de caucho quiere envolver en infamias a unos y otros. La dignidad tiene una oportunidad para hacer oír su voz contra complicidades abyectas.
La paz estudiante camina protestas y construcciones colectivas: quiere un país con una educación que enseñe a la gente a pensarse para la soberanía, no para la sumisión [13]. Quiere que la educación sea accesible a todos, y no sólo a una minoría privilegiada. Quiere estudiar la historia de su pueblo, la realidad del campesino, y se atreve a investigar. Es encarcelada bajo los cargos de ‘rebelión y terrorismo’. Las llaves austeras y agresivas se agitan a su llegada en las manos de los carceleros: adiestrados en la frustración y la inhumanidad.
Entre rejas percibe que son miles y miles las alas de libertad truncadas: sueños enjaulados, familias destruidas, comunidades apaleadas. Oye a lo lejos ruidos de huesos rotos: alas arrancadas y arrojadas a un despeñadero que pretende ser de olvido. Pero no lo será.
La paz es torturada: sus gritos aislados, su dignidad golpeada y martillada, su manos de acariciar deformadas, arrancadas sus uñas, orinada su osadía: pero no se doblega y crece. La paz es sacada del calabozo amoratada, le niegan asistencia médica. Sangra por la boca, pierde la visión, se entumecen sus miembros. Los demás presos reclaman que le sea brindada asistencia médica, les contestan con palizas y gases [14]. Al cabo de una semana sin recibir curación muere el cuerpo de la paz torturada; pero le sobrevive su sueño, en todo un pueblo.
El sueño sigue vivo y va volando como una paloma rebelde, como un colibrí regando polen de ideas, ternura persistente.
La paloma de la paz sigue viva; estupefacta mira la representación del mundo que sale de la pantalla televisiva: ahí descubre que crearon robots a su imagen y semejanza. Ella ve a sus clones desfilar en las pantallas de inocular realidad virtual: unas palomas gordas con movimientos mecánicos, cuya función consiste en hacerle creer al mundo que la paz no es reivindicación, ‘que para nada, que eso está reñido’. Se les ve la pluma mecánica a esas falsas palomas: aparece una llave que sirve para darles cuerda. Son robots bastante vulgares; pero los medios hacen bien su trabajo de adormilar a la gente.
Los mecanismos de alienación masiva se articulan en el engranaje de mentiras y terror para paralizar al pensamiento crítico. La empatía es declarada objetivo militar. Los medios degradan la condición humana para legitimar el exterminio: el opositor es descalificado y hasta su despojo mortal es humillado en una orgía de muerte. Las pantallas exhiben cadáveres en bolsas negras, políticos de turno salen posando con manos cortadas: vanagloriándose de instalar en el país un mecanismo de delación y tarifas a la vida. La atrocidad llega hasta tal punto que los militares ‘producen’ cadáveres para mediatizarlos: es decir asesinan a niños y jóvenes civiles para disfrazar sus cadáveres de ‘guerrilleros abatidos en combate’ [15] . No hay ningún escrúpulo a la hora de implementar la guerra sucia, la guerra sicológica contra la sociedad en su conjunto, el terror que busca disuadir.
La ética es encerrada con llave mil pies bajo tierra, y la llave de ese calabozo la guarda algún Mister; porque esa, es una llave mayor.
-¡Qué impostores! -piensa la paloma indignada. Va cavilando sin parar la manera de unir resistencias, de resolver la guerra del hambre, de la injusticia, de las aceras atiborradas de sueños muertos. La llave de la guerra es la misma que abre la caja fuerte del banquero, de la multinacional, del oligarca: y esos mismos hombres caja-fuerte quieren hacernos creer que sus 'llaves' son las de la paz.
Sin dignidad y justicia social se atrofian las alas de la paz; por ello la paloma decide dejar la mansedumbre. Son millones ya las palomas decididas a luchar por dignidad, millones que rechazan la impostura de la paz arrodillada.
La paz es respeto por el pueblo, no cosmética de oligarcas.
El precedente texto está inspirado en hechos reales que aquejan al pueblo colombiano. Los capítulos tienen su inspiración en el terror generalizado, y varios de ellos nacieron como homenaje a hechos concretos. Por ello las fuentes remiten a hechos concretos y también aparecen como sustento documental para ampliar cada tema.